Decir “amo” bien podría ser como decir que tengo necesidad de amor, así sin más.
Y de ese modo, “amar” a mi perro, “amar” a mi gato, “amar” a quien al menos en apariencia me ame.
Quién sabe lo que quiere decir esa palabra; si es una quimera o una cruel invención, una burbuja de jabón, efímera a la vista, libre al aire y mortal al tacto.
Decir “mar” es más parecido a lo que dicen es el amor.
No imagino un amor que no fuera azul, brillante como el sol en la cresta de las olas, o como los cardúmenes bajo la luz de la luna.
Pero, con todo, y con nada, y tal vez por esta misma situación de nulidad incontrastable, nadie entiende qué es el amor. ¿Dónde?, ¿Cuándo?,¿Cómo?, ¿Por qué? Y no encuentro respuesta que satisfaga mis cuestionamientos. Cualquier amago de respuesta es insuficiente a la demanda del vacío en mi pecho. Un eco notorio anuncia insoslayable el desierto de razones.
Dichosos los que lograron en 4 letras expresar la hondonada de sentimientos que se agolpan en el pecho en el instante mismo que el poniente transforma realidades y bucólicas miradas en arreboladas canicas fijas unas en otras, y de fondo la música fonética de verbo más aludido en este texto-que no veo qué es esto, si no un mero texto-.
Otros son parejas de criaturas de aire protagonizando un Chagall, a las dieciocho en un muelle.
Ni ellas ni yo, ni tú, ni nadie jamás entendimos lo que era el amor
Estoy condenada a estimar y a querer, sin el amor de Martín Romaña -por quimérico que fuera su delirio-, y cual Horacio Oliveira me perderé en un empedrado “París” en busca de un amor, que en su entelequia llama Maga.
-se disculpará la mala calidad del sonido del video, pero no imagino otra canción que acompañe, que no sea lobo de cardenales-