
“El hombre que no ha amado apasionadamente
ignora la mitad más bella de la vida."
Stendhal
Ven, entra. No, nadie te ha visto. Me miras con cara de estar asustado. Me gusta, dices. Observo. Tal como me la había imaginado.¿será que aún imagino todo esto?. Le sonrío. No puedo creer que estoy haciendo esto: aquí, en su casa, con ella. ella. y robándole un tiempo a mi imperdible rutina. Me sonríe. Me abraza. Le gusta esta salita, me dice. Lo veo mirar a su alrededor, atentamente. Piensa: Todo en colores tierra: los muebles cremas con cojines terracota y mostaza, la madera del piso, de los muebles, los cuadros de campos de flores amarillas y sus marcos escarlata. Este otro, abstracto, en verdes y rojizos, parece ser un pez, pero también un libro abierto con frutas a su lado. Las cortinas ámbar en los extremos van degradando su color hasta convertirse en beige y el tul blanco deja traslucir la luz de los primeros días de verano. Me encanta ese rayito de luz que se cuela por entre la abertura del tul, e ilumina sus ojos café, que me miran sonriendo y me hablan: te pido que entres por esa puerta, amor, te digo que he estado muy emocionada toda la mañana, y que como demoraste un poco, había pensado que ya no ibas a venir, pero ya nos ves: sonrisa. Con manos temerosas caminas hacia la puerta, aún mirándome como preguntando: ¿Está bien que entre?. Sí, te digo. Te tomo la espalda, empujándote, alentándote a entrar. Te sigo. Te indico por dónde está mi habitación. Tu perfil se muestra sobreexcitado pero también tímido. Me miras de reojo. Llegamos. En el pasadizo, ante la puerta entrecerrada: Claro mi amor, nadie va a venir- besándolo, abrazándolo, sintiendo de retorno esos brazos tibios que me apachurran fuerte-. Me miras. Tus ojos me dicen estoy feliz de estar aquí contigo. Yo también rayito de luz, pienso, me encantas como no sabes, digo para mis adentros: te sonrío. Adelante, cosita bella: Te presento mi cuarto. Un paso después del otro y ya dejaste atrás el umbral, torciste la manija y presionaste el pestillo. Ya está todo mejor. Estás mas tranquilo, un suspiro me lo dice. Mi cuarto te hace sentir protegido. Ahora somos los dos solos, en esta pequeña catedral donde guardo mi intimidad. Veo que miras cada rincón y adivino que este lugar poblado de mí, es para ti todo un misterio: las cortinas rojas, el aceite de canela, los pines, las fotografías regadas, los libros, los discos, cada detalle. Y te muestro esto y el otro. Mis fotografías, mis libros, ¿qué más, qué mas?, pregunto en alta voz. Elige, te digo. A ti, tomando mi mano, llevándome a tu lado, que te has instalado en el borde de la cama, no quieres más que verme a mi, me dices. ¿Puedo quitarme el saco?, preguntas. Asiento con la cabeza.
Te has ido. Salgo igual que como entré: a hurtadillas. Hundo la nariz en mi edredón, tratando de rescatar tu perfume aún impreso en él. Mi corazón explota: nadie me puede ver salir de esta casa, debo llegar a la oficina pronto, soy feliz. Sonrío y doy vuelcos en la cama: de un lado a otro. Quieta: una gran carcajada, una risita nerviosa, una sonrisa franca y dulce: amar. Abrazo el ancho de la cama y soy feliz. Si mi vida no fuera tan complicada, dejaría todo por ella, hace tanto no me siento así. Río. Sólo por ella habría hecho esta locura: entrar a su casa mientras los padres no están, hacerle el amor a escondidas, en la intimidad de su habitación, sabiéndonos uno del otro, sintiendo miedo y luego pasión, amor y tanto placer. Me siento un niño junto a ella. Parezco una niña. Soy una mujer. Es mi mujer.